Un acto indefinible, humanista y culto al arte y a la vida. El pasado miércoles 22 de Marzo, la Sala Borja acogió un acto bajo el título La entraña musical y luminosa de la tierra que trató de mostrar los caminos a través de los cuales el arte, en todas sus manifestaciones, puede generar reflexión, conciencia y compromiso ecosocial. Reflexiones con palabras de Pedro Piedras y música interpretada por Clara Yiting, el compositor Arvo Pärt aparece proponiendo una revolución de la sensibilidad, a partir de la máxima: “Amar cada sonido”, que nos permite pensar el mundo desde cada puro átomo de belleza. Otro compositor, esta vez del Renacimiento musical, William Byrd, se pregunta, a través de su Quomodo Cantabimus (Salmo 137) cómo cantar, cómo contar, llamando a asumir así también el reto estético de la forma como prioritario, a la hora de actuar en favor de un planeta y de un ser humano que sufren.
El músico Joseph Haydn, o el fotógrafo Ansel Adams, por su parte, plantean vivir la experiencia mística de la luz, del conocimiento; una luz que nos hace jugárnosla por la utopía o comprometernos de por vida por la naturaleza, como Ludovico Einaudi tocando sobre un bloque de hielo. Los románticos nos enseñan a atrevernos a decir no, a todo lo que no nos gusta de nuestro tiempo. Stravinsky o Pina Bausch nos invitan a celebrar la naturaleza como rito, volviendo a contar el mito natural por antonomasia, la primavera. Pablo Neruda nos muestra el origen, para poder volver a él. Tarkovsky nos llama a creer en el milagro de la vida. Max Richter nos acerca a devolver al arte a la plenitud original de la que sólo es copia… devolviendo las Estaciones de Vivaldi al canto original de los pájaros. Bach nos hace sabernos eternamente vivos en nuestra capacidad para emocionarnos y Chopin, sabernos sensibles y bellos. Todos ellos forman parte de una red universal e invisible, de un camino oculto pero verdadero hacia una nueva conciencia de la naturaleza y del ser humano.